* Contenido original publicado en Artematopeya el 10 de mayo de 2012. (c) 2012-2020 Nacho A. Llorente.
La comunicación emocional no tiene nada que ver, como ya hemos explicado en ocasiones anteriores, con la inteligencia emocional. De hecho, tu inteligencia emocional puede estar sólidamente desarrollada mientras que, sin embargo, tu capacidad para la interacción se mantiene en un poco útil estado de somnolencia vegetativa.
En realidad, en Artematopeya denominamos a nuestro modelo comunicación emocional por contraposición al resto de modelos racionales que se mantienen por encima de la línea de flotación de lo que se considera adecuadamente intelectual, colegido, terapéutico, normativo, colegiado y, de nuevo, racionalmente racional.
Según nuestra visión, todos los sistemas de un individuo se pueden definir, de un modo bastante cibernético, como un conjunto de entidades que se comunican mediante el intercambio de paquetes de información o mensajes, al estilo de la programación orientada a objetos de la computación moderna. En un nivel primario, el cerebro desarrolla conocimiento mediante el flujo de mensajes entre neuronas y se comunica con el resto del cuerpo y de sus funciones mediante neurotransmisores. Además, el propio individuo se comunica consigo mismo mediante procesos de diálogo, en el perímetro que limitan los polos consciente e inconsciente, y cuyo resultado no sólo son acciones determinadas sino también configuraciones de estados determinadas. Adicionalmente, la interacción del individuo con su medio es, una vez más, un proceso de transmisión y recepción de mensajes. Por eso, nuestro modelo de intervención para el cambio personal, el coaching, la comunicación, la motivación, la excelencia, la creatividad y el liderazgo se denomina genéricamente comunicación, porque trabajamos en torno al concepto de mensajes y paquetes semánticos articulados a partir de diferentes códigos o lenguajes. Además, esta intervención no se realiza únicamente en el nivel más externo, el de la consciencia y la razón, sino en las capas más internas al nivel del sistema nervioso. Por eso es emocional: porque no es racional y porque, también, emplea los recursos emocionales para que cada individuo elabore sus mensajes internos y externos de acuerdo a un perfil determinado y decida la morfología y el efecto de sus estados, de sus mensajes y de sus interacciones internas y externas.
Dicho así, puede parecer más complicado de lo que realmente es. Pero no es más (ni menos…) que un modelo de autoconocimiento y autogestión que te permite conseguir resultados sorprendentes. Trabajamos con múltiples recursos: programación neurolingüística, lenguaje, hipnosis conversacional, persuasión, interpretación y role play, música, creación y recreación, por poner algunos ejemplos. Y una de las metáforas que empleamos para transferir nuestro modelo gira en torno, como no, a la versión mas depurada de comunicación emocional que se conoce: la de los niños.
Si tienes la suerte de encontrarte en el perímetro vital de un niño de dos años, estás de enhorabuena porque estás participando del mejor máster que puedes encontrar en el universo sobre comunicación, carisma, persuasión, gestión de estados, marketing, negociación y liderazgo.
La etapa que transcurre entre los cero y siete años es la fase más sorprendente, brillante, efectiva, productiva, emocionante, emocional y gestáltica de cualquier vida. El cerebro, que constituye una tecnología tan sencillamente alucinante que debería ser imposible, comienza un proceso de estructuración que concluye alrededor de los siete años, gracias a la intervención y el adoctrinamiento social, convirtiéndonos en pequeños autómatas robotizados con formas y expresiones de adultos prematuros condenados a actuar como prototipos de traje gris de esa maquinal sociedad que, entre todos, hemos construido a lo largo de los siglos.
En el minuto uno, el sistema nervioso de un recién nacido comienza a recibir mensajes a través de sus sentidos. Su archivo mental está vacío, aunque comienza a construirse automáticamente de forma inmediata. Al no disponer ni de reglamentos ni de factor crítico de serie, su proceso es instintivo, intuitivo, inconsciente y, a la vez, altamente efectivo y excelente al 100%. Sin palabras, sin conocimiento, sin apenas recursos, un organismo casi vacío no sólo es capaz de comunicarse con otros organismos de tamaño gigante -los adultos- sin ninguna dificultad, sino que además consigue hipnotizarlos, persuadirlos y atraparlos en su red empleando única y exclusivamente sus limitados recursos de comunicación emocional. Un puchero o una torpe caricia pueden parecer simples zalamerías, pero son en realidad estrategias emocionales altamente especializadas que implican una compleja maquinaria interna con un ratio de éxito del 100% en términos de objetivos.
Tras los primeros meses, sus habilidades kinestésicas se potencian al 2.000% en comparación con las tuyas, adulto. Su capacidad de manipular sensaciones y estados internos no la emplean, precisamente, con ellos mismos, sino directamente contra ti. Aún no dominan el lenguaje verbal más allá de sus cremosos gugutéos, pero es que no les hace falta. Son auténticos catedráticos de la comunicación sensacional -por sensaciones- y dominan de tal modo los canales sensoriales -visual, auditivo, gustativo, olfativo y táctil- con sus microexpresiones faciales, su kinestesia corporal, sus mecanismos hormonales, su dominio de los niveles suprasegmentales del lenguaje … que consiguen establecer comunicaciones de una riqueza expresiva tal que, la mayoría de las veces, supera la de cualquier adulto. Son el mejor ejemplo de ídolos de masas, carismáticos y ansiolíticos a partes iguales.
Cuando se acercan a los dos años de edad, en pleno proceso de incorporación del habla, comienza su verdadero aprendizaje conceptual sobre el medio y su crecimiento cerebral se multiplica exponencialmente. Su maestría, su excelencia y su liderazgo ha alcanzado niveles estratosféricos. Cada concepto alimenta su lenguaje y el crecimiento de su lenguaje provoca la incorporación de nuevos conceptos. A partir de este momento, el organismo en desarrollo entra en una etapa de crecimiento imparable. Al principio, su charloteo es ininteligible pero, poco a poco, comienza a configurarse una taxonomía propia de 20 ó 30 palabras. Y, ciertamente, con 30 palabras son capaces de dominar su mundo. Mío significa yo, aquí, mío o conmigo, por ejemplo. Su idioma es multiestratificado, polisémico y altamente eficaz. Tú, adulto, necesitas emplear alrededor de 20.000 vocablos para conseguir los mismos objetivos. Un niño es capaz de establecer un proceso de negociación con una sola palabra: ¿juebas?. Un adulto suele precisar un curso de formación de 5.000 euros, como poco.
Lamentablemente, es en ese momento de imparable potencial en el que los niños comienzan a disfrutar de la capacidad de crear su propio mapa de la realidad cuando suele aparecer un elemento disruptor que consigue cargarse, de un plumazo, todo ese potencial: el típico papá sadim (midas, leído al revés) o, lo que es lo mismo, el adulto que se empeña no en conseguir que todo ese brillo se convierta en oro sino, más bien, en apagarlo; el adulto que, en vez de garantizar que el mapa de la realidad de un niño sea un terreno fértil y propio en el que plantar múltiples semillas para que crezcan a su propio ritmo y según su propia capacidad, se empeñan en vaciarlo y transformalo en una réplica de su propio mapa, por lo general limitado por virus mentales, convenciones sociales, aprendizajes culturales, ignorancia personal y frases hechas; el adulto que, en vez de velar porque esa capacidad de comunicación, liderazgo, carisma, negociación y potencial personal continúe en expansión, comienza a poner vallas al campo en términos de esto no se hace, esto no se dice, esto no se toca (y menos si tiene algo que ver con lo sexual, a pesar de que es precisamente ahora cuando este aprendizaje debería ser naturalizado); el adulto que, al evaluar a un hijo según su propio mapa mental, le está privando de desarrollar conocimientos y capacidades que potencialmente podría incorporar aunque él mismo no los tenga, al no ser capaz de traspasar de los límites de su propia burbuja; el adulto que, sin ni siquiera saberlo, se empeña en adoctrinar un nuevo robot a su imagen y semejanza; el adulto que, muy probablemente sin ninguna animosidad, es capaz de preguntarle a su hijo de tres años quién es su novia en la guardería, qué quiere ser de mayor o cualquier otra estupidez semejante que para un niño de tres años no significa absolutamente nada.
Se supone que, si con dos años ya somos expertos en todas esas habilidades, con la práctica y la edad deberíamos haber sido capaces de desarrollarlas hasta un grado gigantiásico. Sin embargo, nuestro modelo social nos lleva a corromper todo ese potencial creando adultos prematuros, monstruitos degradados en los que implantamos un proceso excesivamente intelectualizado y racional de normalización social que habrá de acompañarlos, si nadie lo remedia, por el resto de sus días.
En Artematopeya, intentamos revertir ese proceso y revelar de nuevo la existencia olvidada de todas esas capacidades y los mecanimos que las articulan para que nuestros amigos retiren los hierbajos, los escombros y las bolsas de basura de sus mapas de la realidad, dejen el suelo limpio y empiecen a hacer crecer de nuevo todas sus habilidades sepultadas a partir de donde lo dejaron entonces. De eso hablamos cuando hablamos de comunicacion emocional.
Mientras las comadronas no empiecen a entregar bebés en pañales y con corbata, todavía hay esperanza…