Dulce abuelita que tomas el té, dos puntos

Por nuestra intrínseca naturaleza, en Artematopeya amamos sin medida a las artes (con preposición) y a los artistas, a los que profesamos una amable, respetuosa y profunda envidia de color verde brillante. Cuando un ser humano es capaz de producir cualquier tipo de arte, sencillamente demuestra la existencia real de la capacidad de trascender y de transitar por planos de esencia y de existencia vedados, por razón de su carencia de inteligencia y empatía para con lo emocional, a todos esos charlatanes que leen tantos periódicos, hablan tanto de la apayasada farsa de la economía y del guión de la telenovela de la crisis y se justifican en la etiqueta de la actualidad para mantener su sistema nervioso y su capacidad de vivir en sendos y profundos estados catatónicos. Si yo tuviera una escoba…

Me disculpo de antemano por la grosería que voy a escribir a continuación: la película La dama de hierro es una esponjosa, amarronada, humeante, putrefacta y maloliente mierda. Periodo.

No me creo lo que acabo de hacer: ¡disculparme por un tabú! Un virus lingüístico y mental de rango medio se ha colado en nuestras vidas. Hmmm…

No creo, en absoluto, que esta película haiga de recibir ningún premio de perfil pero qué bien que está todo, de esos tipo óscar a la mejor película o globo de oro equivalente, porque no es más que un dorado panfleto con andamios de propaganda sobre un guión no sólo mal escrito y poco afortunado en demasiadas partes, sino también insidioso y emocionalmente dañino y peligroso para los espectadores que hayan bajado sus escudos de defensa mental. Cualquiera, y por cualquiera me refiero a Phyllipa Lloyd y Abi Morgan para más señas, que se atreva a presentar a Margaret Thatcher como una indómita y feucha jovenzuela rebosante de valores humanos o como una dulce e indefensa abuelita aquejada de soledad, la pobre, a la vejez viruelas se merece, como poco, que les pidan plaza en alguna residencia de la ONCE y que, además, las convoquen a un consejo de guerra por crímenes intelectuales contra la humanidad. Periodo. Margaret Thatcher no es, no ha sido y nunca fue lo que estas dos señoras, directora y guionista respectivamente, proyectan sobre la pantalla. Periodo. No sólo fue un coñazo de ser humano, que a su marido gustosamente regalamos el resto de la mitad masculina del universo,  que se cagó (con perdón) hasta en su propia vida y a la que el orgullo, la soberbia y el servilismo al poder en la sombra le llevó a autocondenarse de buen grado a una burbuja de cristal sólido de la que no escapó ni su familia ni su propia salud mental, sino que se atrevió, entre otras cosas, a mostrar públicamente su apoyo a un asesino como Pinochet. Puñetera educación británica. Periodo. El muro de Berlín jamás cayó por la voluntad de abrir puertas a una nueva etapa de la civilización sino sólo de tender puentes por los que pudiera empezar a fluir la pasta entre este y oeste. Periodo. Por no hablar de las Malvinas. Y creo que me voy a detener aquí porque hay riesgo de erupción verbovolcánica… Confer La doctrina del caos de Naomi Klein.

¿Qué será lo siguiente? ¿Las aventuras del virtuoso y heróico Superhéroe Bush?

Lo bueno que tiene el cártel artístico británico es que, veas lo que veas, lo mínimo que te llevas es un trabajo de interpretación entre impresionante-maravilloso-impactante y sencillamente subyugante-fascinante-alucinante, en una escala de peor a mejor. Y, en esto, La dama de hierro no defrauda. Un óscar para la dirección de casting. No recuerdo haber visto tantos y tan buenos actores-artistas juntos en el mismo lugar y al mismo tiempo. Meryl Streep te puede gustar o no, y los que no la soportan en realidad no la soportan ni un poquito ni a menos de diez kilómetros. Pero a mí me fascina. Y está soberbia. Ahí lo dejo…

Por cierto, por si acaso te lo habías planteado gracias a las maquinaciones del aparato comercial y de propaganda que opera desde hace unos meses en torno a esta dulce y senil abuelita británica que ahora se dedica a tomar el té mientras charla con su marido muerto en lugar de seguir matando personas por acción y por omisión como respetuosa abanderada del capitalismo más despiadado, te recomiendo que no pierdas ni tu tiempo ni tu dinero con ese ladrillo de papel y tinta titulado Los años de Downing Street, un mamotreto de mil páginas que contiene, según dicen, las memorias de la agüela. No sólo está mal escrito, sino que es aburrido y monótomo: se limita a repetir subimos los impuestos, aumentó el paro, los sindicatos por aquí, las huelgas por allá… Un auténtico coñazo.

Ya sabes: lee algo hermoso y artístico. No hay color. La vida es demasiado corta para permitirse el lujo de no desarrollar la capacidad de saber elegir.

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